- Bloquear todas las calles, dejando pasar gente a la manifestación pero no dejándola salir.
- Permitir la entrada de gran cantidad de gente a la manifestación.
- Una vez llena la zona de la manifestación, cortar todos los accesos y comenzar a empujar a la gente hacia donde está el grueso de polícia con el material para cargar.
- Mantener a la gente durante horas hacinada en la plaza, a muy bajas temperaturas, sin permitirles salir, hasta que comiencen a haber revueltas.
- Permitir a las cámaras de TV grabar sólo en el momento en que algún energúmeno provoque algún acto vandálico. Esto es lo que genera en TV, al día siguiente, las imágenes de la malvada manifestación de hippis antisistema que queman contenedores y atacan a los agentes.
- Ya sin la presencia de las cámaras, cargar violentamente contra la gente.
Ayer día 27 de Enero del 2011, sucedió algo parecido a menor escala: la policía utilizó una táctica parecida para convertir una "cacerolada" en una batalla donde a los manifestantes no se les permitía abandonar la calle en la que estaban y recibían pelotazos de goma y cargas policiales, aunque fueras un señor que salía de su portal o que pasaba por ahí.
Os dejo los 2 relatos, para que veáis las similitudes:
MMartinez
Parliament Square, Londres – 9 de diciembre de 2010
http://ciudadccs.info/?p=128238
Ayer, viernes 9 de diciembre, fui con un grupo de doctorandos y profesores del Goldsmiths College, University of London, a la manifestación organizada en contra de los recortes en educación y el aumento de un 300% en las tasas universitarias propuestos por le gobierno británico. Fue un día soleado y frío. Eran las 12 y media de la tarde cuando comenzamos a andar desde la plaza de Trafalgar hacia Parliament Square. La policia había cortado varias calles, por lo que tuvimos que dar un rodeo para llegar hasta ahí. Una vez allí estuvimos cantando, andando, hablando con desconocidos, compartiendo impresiones, leyendo las pancartas de la gente (‘Even Sadam Hussein believes in free education’, ‘No ifs no buts no education cuts’, ‘The Libcons have put the N in the CU*TS’…).
Tras una hora, decidimos irnos a tomar un te, café, cerveza en algún pub cercano. Al intentar salir nos dimos cuenta que la policía había bloqueado todas las salidas de la plaza. Había filas de antidisturbios (‘riot police’) que, en un primer momento, dejaban entrar gente pero no salir. De este modo, miles de personas estaban confinadas en la plaza (tactica policial que aqui se llama ‘kettle’). Preguntamos muy educadamente a los policías si habia alguna calle por la que se pudiera salir. Nos enviaban de una a otra diciendo que sí, que era posible; siempre resultaba mentira. Preguntamos que cuánto tiempo iba a durar este encierro forzoso y nos decían que no sabían, que ‘un buen rato’.
Había policias amables y había policias terriblemente agresivos. Una amiga que esta en Inglaterra con una visa de estudiante se puso muy nerviosa, se puso a temblar y llorar preocupada por lo que pudiera pasar. Resignados, nos quedamos en una esquina de la plaza observando lo que ocurría a nuestro alrededor: había gente que bailaba al son de tambores o de mísica techno, gente que corría, gente confundida por la situación. Corrían por todos los lados informaciones contradictorias. En una esquina vimos como una masa de gente intentaba romper el cordón policial sin éxito. Escuchamos los cánticos de los estudiantes. Había muchos jovenes estudiantes de unos 18 años de distintas partes de Inglaterra: Manchester, Liverpool, Sussex. El frío empezaba a apretar así que nos pusimos a andar y bailar para no quedarnos entumecidos. Nos llegaban mensajes de apoyo de ‘fuera’ (muchos amigos querían unirse a nosotros pero ya no les dejaban, así que se manifestaban en otras zonas).
Se puso a anochecer. Tras horas de pie en el frío empecé a sentirme como un zombie. Nos pusimos a hacer hogueras con lo que encontrábamos: hojas, pancartas. Arrancamos ramas de los arboles, gente quemo bancos, una garita de seguridad que despedía humo negro. Hacíamos las hogueras con gente que no conocíamos, sin hablarnos, sin preguntarnos los nombres ya o de donde veníamos, era una acción mecánica, silenciosa, común y anónima. Con la noche la confusión y la tensión aumentaron. Te sentías como una rata enjaulada.
Había grupos de jóvenes que se dedicaban a pegar a gente que encontraban sola, a periodistas solos, a otros jóvenes. Estos jóvenes no eran de la manifestacion, se decía (y me lo creo) que habían sido introducidos por la policía para quebrar a los manifestantes. Actuaban con mucha eficacia: muy rápido para que los demás no pudieramos reaccionar. Golpeaban a alguien que veían solo y se iban corriendo, perdiéndose en la multitud. Vimos a un chico muy joven sangrando en la cara tras una de estas breves pero intensas palizas. Otro chico con el ojo morado superhinchado. Muchos empezamos a asustarnos. Nos pusimos cerca de unos policías en una zona que parecía más tranquila. Intentamos repetidamente razonar con los policías, sin éxito (aunque según iban pasando las horas te hablaban más y más, se explicaban más y más).
De repente, un grupo de manifestantes intentó entrar en uno de los edificios que dan a la plaza (el edificio del Tesoro). La música tecno retumbaba por todas partes. Intentaron derribar una puerta y rompieron ventanas. Todo fue bien filmado por muchas camaras de televisión y bien iluminados por un foco desde un helicoptero. La policía dejo que esto ocurriera durante una media hora, para que se filmara bien, y luego empezaron a cargar. La gente se puso a correr hacia nosotros por lo que estabamos en un sandwich entre los que venían en estampida y las líneas de policía que teníamos detrás. Muchos jóvenes se pusieron a llorar y rogar a los policías que nos dejaran salir, que nos iban a aplastar. Se negaron.
Tras un tiempo de tensión la situación pareció calmarse. Nos pusimos a cantar villancicos. Preguntamos a los policías si creían que deberíamos irnos a otra zona de la plaza. Nos dijeron que no, que mejor que nos quedáramos ahí. Unos chicos de Manchester razonaron con ellos que tenían que coger un autobús común para volver a casa. Pareció que les iban a dejar salir si mostraban el ticket de bus. Como tenían tickets de más, nos los pasaron. Parecía que íbamos a poder salir cuando de repente se pusieron a cargar contra nosotros dándonos bastonazos. Gritaban ‘Moveros! Moveros!’ pero sin especificar donde por lo que si te movías hacia donde no querían, te daban un bastonazo.
Nos fuimos todo lo rápido que pudimos hacia otra zona de la plaza. Allí la masa estaba muy compacta, uno casi no se podía mover. En una línea policial empezaron a dejar salir a la gente uno a uno. La gente empujaba hacia allí por lo que cada vez estabas más y más aplastado. Mucha gente empezó a tener ataques de ansiedad, intentábamos entonces dejarles sitio para respirar. Gente empezó a romper unas ventanas y hubo otra carga policial que nos apretujo aún más. Por suerte a nosotros esto nos empujó más hacia la salida. Estábamos como sardinas en lata.
Los policías en el cordón policial se ponían a hablar con los manifestantes como si se pudiera tener un dialogo. Los manifestantes pasaban de ellos. Algunos de nosotros conseguimos llegar a la salida, nos registraron. El chico delante de mí llevaba una bufanda por el frío alrededor de la cara. La policía se puso muy violenta con él diciendo que no se tapara la cara, agarrándole por los brazos, apuntándole con el dedo. Y le dijeron que por hacer eso le devolvían a la cola (y lo hicieron). Comunicamos esto a la gente, que no se taparan la cara y que no se preocuparan que no estaban tomando fotos (había una cámara pero no la usaban).
Pasamos por más policías a caballo y esperamos a nuestros amigos a cierta distancia. Una policía se acerco y nos preguntó con educación inglesa: ‘Qué, habéis pasado una buena tarde?’. Se me ocurrieron muchas cosas que contestarle, pero la miramos en silencio y se fue sonriendo. Gente donde estábamos gritaba “¡Dejadlos salir!”. Tras un cuarto de hora, nos dimos cuenta que ya no salía nadie. Preguntamos y nos dijeron que habían cerrado esta salida, que la próxima salida era en el puente de Westminster y que nos fuéramos.
Se nos encogió el corazón por tener que irnos sin nuestros amigos. Conseguimos hablar con ellos por teléfono. Algunos lloraban desesperados y nos pedían que les ayudáramos que era insoportable. Les oíamos gritar desde donde estábamos: “¡Dejadnos salir!”. No podíamos hacer nada. En esos momentos sentía un odio intenso, algo que nunca había sentido antes – no podía soportar mirar a policías ni a la gente superburguesa, de compras en la zona de Victoria. Este odio me duro un par de horas.
Mudos, nos fuimos a un pub a esperar. Allí encontramos a otros amigos que habían conseguido salir. Nos abrazamos fuerte con gente a la que apenas conocemos. Nos pusimos muy emocionales. Lloramos. Reímos. No habíamos comido nada desde las 12. No podíamos comer, sí bebimos cerveza. Llamamos a todo el mundo para contarles, sentíamos una gran necesidad de hablar. Nos llamaban profesores preocupados por los demás con los que no podían contactar. Muchos nos dijeron que estaban escribiendo cartas a la BBC porque cómo estaban dando las noticias era lamentable. Otros, que estaban escribiendo quejas a la policía por lo anti-democrático de su táctica de encierro.
Horas después, nuestros amigos que habíamos dejado nos contaron por teléfono y mensajes que la policía empez a cargar contra ellos cuando les dejamos y a empujarlos hacia el puente de Westminster. Allí estuvieron miles de personas dos horas más totalmente apretujados. Tras nueve horas de encierro, la gente se empezó a hacer pis encima. Una amiga fingió un desmayo para conseguir salir. Por ahora no nos han contado mucho mas, estaban en estado de shock por lo que vivieron en ese puente.
Tras estos eventos, varias reflexiones iniciales:
- El derecho a protestar ha sido destruido lo que demuestra la actual erosión de la democracia británica.
- La policía crea estas situaciones de encierro y humillación constante para provocar violencia (y no al revés).
- Todo esta perféctamente coreografiado para los medios de comunicación (hoy sólo hablan de la supuesta violencia de los manifestantes – unas ventanas rotas y el ataque al coche del príncipe Carlos-).
Me alegro de haber estado en Parliament Square ayer. Hoy muchos nos sentimos todavía entumecidos pero fuertes, con muchas ganas de pensar y de hacer.
A continuación, el relato de sobre La manifestación en Madrid:
El día que me convertí en “violento antisistema”
28 enero 2011 — Copépodo
http://copepodo.wordpress.com/2011/01/28/el-dia-que-me-converti-en-violento-antisistema/
Lo primero que tengo que decir es que soy un ingenuo. Mucho. Y no lo digo por decir, es la pura verdad. Muchos de los que leáis esta entrada os pensaréis al acabar el post que me he caído de un guindo, y seguramente tendréis razón. Hasta hace relativamente poco tiempo yo iba por la vida intentando ser un ciudadano modelo, cumpliendo con mis obligaciones, intentando ser crítico con la realidad y obrando en consecuencia, poniendo a parir a todo el mundo que lo mereciese, intentando no dejarme llevar por mis prejuicios, quejándome cuando lo creía oportuno y votando religiosamente siempre que tenía ocasión a la vez que ponía a parir a los vagos abstencionistas. Europeísta hasta la médula y hasta el hartazgo, defensor del estado autonómico y no sé cuántas cosas más.
Empecé a ir a manifestaciones en 2º de BUP (Chirac, cabrón, deja el atolón), pensando que son actos cívicos de responsabilidad ciudadana. Que si Miguel Ángel Blanco, que si la LOU, que si la guerra de Irak, esas cosas. Como buen ciudadano estaba en contra de la violencia y me iba a casa cuando todo acababa. Sabía (porque una cosa es ser ingenuo y otra ser tonto), que los que se quedan después son “los que la lían”, los violentos, punkis, jipis, perroflautas y gente de mal vivir que seguro que ni iba a votar ni nada porque eran antisistema, y en el estado de madurez de nuestra sociedad, los problemas hay que resolverlos civilizadamente a través de las urnas. Pues eso. Un ingenuo.
Insisto en que soy ingenuo, no tonto. Hubo un momento de idealismo y de ilusiones, pero según pasa el tiempo te vas dando cuenta de cómo funcionan en realidad las cosas y este bloj, por ejemplo, ha sido testigo de mi desencanto creciente con la clase política en general y con el gobierno en particular. No hará falta explicar por qué creo que la cosa está muy mal y que, siendo como soy, creo que tendríamos que tener una huelga general cada semana.
A lo largo del día 27 de enero me entero de que hay convocadas protestas en toda España contra las reformas de la crisis en general y la de las pensiones en particular. Como se veía venir, los sindicatos mayoritarios han cedido a un nuevo recorte de conquistas sociales con apenas algo de maquillaje. La noticia se da en la inmensa mayoría de los medios como un acuerdo histórico, pero el resto de los sindicatos, grupos de izquierda y por supuesto, la población medianamente consciente de lo que está pasando, están que trinan.
Las convocatorias pasan desapercibidas, ningún periódico digital de los importantes hablan de que hay huelgas en varias comunidades autónomas y manifestaciones en todo el país. Me entero por el twitter, vaya. Mi conciencia me juega una mala pasada. Llevo meses envidiando las reacciones populares de otros países de Europa que están respondiendo al atropello, mientras que aquí todos nos quedamos de brazos cruzados, con una huelga general en septiembre convocada con la boca pequeña. A mí, personalmente, no me apetece nada ir a manifestarme un día gris y húmedo de enero en el que podría quedarme en mi casa. De verdad que lo prefiero. Estoy cansado después del trabajo, tengo un post de humor a medias, calefacción, cena, etc, pero mi conciencia me dice que si no estoy dispuesto, ni siquiera a salir a la calle hoy (después de todo lo que me he quejado ante mis amigos esquiroles que sí fueron a trabajar el 29 de septiembre), es que no estoy dispuesto a hacer nada.
No llego a tiempo a la manifestación (Atocha-Sol), pero leo en Diagonal que hay montada una cacerolada delante del Congreso de los Diputados a las 20:30. Pienso que eso va mucho conmigo. Una protesta cívica delante del congreso, supuesta sede de la soberanía popular, actualmente sometida a “”"los mercados”"”. Me apunto. Cojo las llaves, el móvil, el libro que estoy leyendo y un silbato “para montar ruido” (ingenuo), me pongo el abrigo y me monto en el metro. Me bajo en la estación de Sevilla y bajo por la calle del mismo nombre hasta la Plaza de Canalejas, con la idea de seguir hasta el congreso, pero me encuentro con que justo en Canalejas está la cabecera de la manifestación.
Según bajo por la calle Sevilla, inmediatamente me llama la atención una fuerte presencia policial, varios furgones y un destacamento de antidisturbios a lo ancho de la calle. No ponen ninguna pega para que la gente pase, pero se me pasa por la cabeza que si esto fuese un wargame, la plaza de Canalejas sería un sitio muy malo para estar ya que me están cortando la retirada. El pensamiento me hace hasta gracia, me lo imagino en un tablero con hexagonitos. Os advertí que soy un ingenuo.
En Canalejas hay gente, pero no muchísima; se gritan las consignas al uso y se lee el manifiesto. Ni siquiera presto mucha atención, estoy porque me lo ha pedido mi conciencia, pero ni siquiera tengo yo mucho cuerpo de protesta hoy. Me doy cuenta de que no se va a poder llegar al congreso. La Carrera de San Jerónimo está bloqueada por varios furgones policiales (4 ó 5 al menos), que hace imposible que se puede circular a menos que sea por las estrechas aceras, cosa también imposible por un buen número de antidisturbios también en este punto (en cantidad desproporcionada, me da la sensación). Al principio creo que somos cuatro gatos, hasta que me doy cuenta de que la cosa viene desde la Puerta del Sol. No veo mucho más allá de lo que hay al otro lado de la plaza.
Cuando se acaba el manifiesto hay más consignas que animan a la concurrencia a ir al congreso, pero obviamente es imposible. Se ve que estaban al tanto de la convocatoria de la cacerolada y han puesto remedio taponando la calle. Qué cabrones. Me dispongo a irme, porque ya ha acabado todo y como os he contado ¡yo no soy de los que “se quedan al final”!, esos violentos antisistema y tal. Andando tranquilamente por donde he venido (calle Sevilla), oigo lo que supongo que es el disparo de una pelota de goma. “¿ya?”-pienso-”Si no nos ha dado tiempo a irnos”.
La gente empieza a ponerse nerviosa, a correr de vuelta hacia Sol. No es que cunda el pánico, pero hay mucha gente y muchos nervios. Se oyen más pelotas de goma y siguen los nervios. La gente no sabe para dónde tirar, ha pasado todo muy rápido. Unos huyen por un paso subterráneo, muchos se apelotonan en portales, otros corren de aquí para allá. Yo la verdad es que estoy bastante acojonado, porque como decía, nunca me había quedado “hasta el final”, y es entonces, viendo eso que se ve tantas veces en la tele, al típico antidistubios que agarra a un manifestante y le da un palo, a uno cualquiera, al que le ha pillado más a mano, (no al que parece más amenazador, al que tiene una litrona o al que se tapa la cara), es entonces cuando me doy cuenta de que soy un antisistema. Yo y el jubileta que tengo al lado, y la señora con una niña (que probablemente sólo pasaba por allí) y se apretuja en un portal. ¡Somos violentos antisistema!
Como todos, también había oído hablar de represión policial, pero era la primera vez que me sentía así de indignado por un castigo inmerecido contra unos manifestantes esencialmente pacíficos. Totalmente desproporcionado. Como muchas otras personas, intento irme de allí (que no soy ningún corresponsal) por donde he venido: la calle Sevilla, pero hete tú aquí que ahora los antidisturbios no te dejan salir. Da igual que sea gente que obviamente sólo se quiere ir de allí, por el borde de la calle: el policía de turno (que tiene la bondad de hablar y no zumbar directamente, como un poco más atrás), nos obliga a gritos a irnos a Sol, es decir, retroceder y meternos en todo el barullo. Esa es la solución de la policía. ¡Otra vez se me viene a la cabeza el wargame! Qué cabrones los antidisturbios, que nos están haciendo una envolvente y lo tenían pensado desde el principio. Una puñetera ratonera era aquello. Salen más y más antidisturbios, como de la nada, están ya por toda la plaza, en grupos pequeños de unos 10. Pura estrategia militar.
No nos queda más remedio que meternos en la Carrera de San Jerónimo sentido Sol, a todas luces un error, porque es donde están a punto de cargar, ¡pero es que nos están obligando! Los manifestantes que ya han paso por allí (los expertos, me parece a mí), han ido tirando contenedores y tal, y empiezan a volar algunas botellas, y siguen las pistolas de goma. A la primera de cambio que puedo me meto en un bar y al poco veo pasar las cargas. Justo en la confluencia con Sol han prendido fuego a una barricada y allí se queda la cosa.
El dueño del bar nos echa y aprovechando que el foco de atención está mas abajo, consigo retroceder a Canalejas y subir por Sevilla, esta vez sí me dejan pasar.
Aclaro que el título pretendía ser irónico. Como me dijo un amigo hace unos días, ya somos antisistema desde el momento en el que nos damos cuenta de las deficiencias que tiene. De alguna forma te acabas sintiendo expulsado del sistema, con el que cada vez eres más incompatible, pero es que me ha pillado por sorpresa lo rápidamente que puedes convertirte en un antisistema “violento” y ser objetivo de lo que a todas luces es represión policial. La falsa ilusión de democracia nunca me ha parecido más endeble. En la plaza había gente de todo tipo, esencialmente, insisto, manifestantes pacíficos indignados e impotentes por el atropello que estamos viviendo a la luz del día sin poder hacer nada. Impresiona mucho sentirse tan vulnerable físicamente a las armas del estado y a lo imprevisible que es una multitud asustada. No hubo cacerolada en el congreso ni de coña. El gobierno está tomando muchas precauciones y curándose en salud con mucha presencia policial en este tipo de protestas.
Es un poco tarde y no estoy muy inspirado, dejo un par de enlaces abajo y ya lo comentamos mañana si eso.
Os aconsejo visitar la web del autor para ver las fotos, los mapas y los comentarios.
Vistos los 2 relatos, llegan las conclusiones: ¿qué ha sido del derecho a manifestarse? ¿Por qué se permite este tipo de acciones militares contra ciudadanos indefensos? ¿Cuándo perdieron los medios de comunicación y los periodistas su ética para dejar de informar sobre lo que ocurre y vender a la gente lo que les dicen que tienen que decir?